Remedios para la cruda intelectual

Por Diego Isla

  • Título: Ceremonia
  • Autor: Daniel Espartaco Sánchez
  • Editorial: Librosampleados Paraíso Perdido
  • Lugar y Año: Ciudad de México, 2017

 

No sé qué tienen las novelas de Daniel Espartaco Sánchez (Chihuahua, 1977) que siempre me parecen simples, ligeritas en primera instancia, y al final, inevitablemente, me demuelen y cambian, para bien, mi idea de la literatura. También me dejan triste.

Entre la parodia, la caricatura chusca y un narrador siempre derrotado, se cuela un aire de novela austriaca o rusa o incluso japonesa. Nunca he leído algo similar en las letras mexicanas. La sensación de impertinencia, de fracaso a priori, de paraíso podrido no surge tal cual de los diálogos, o de los escenarios chihuahuenses o defeños, ni del habla popular norteña o capitalina, sino del contraste entre la timidez de la voz que los describe y la farsa de la que es cómplice.

Supe de Daniel Espartaco Sánchez, como muchos, por la hilarante columna que escribía en Letras Libres. Ese fustigador, que despotricaba contra las ferias del libro, los asistentes acarreados, la porca miseria de la vida de escritor y la falacia de los programas institucionales, me aliviaba el malestar de la cruda y me robaba carcajadas a las que no estoy acostumbrado. Me caía bien al grado de, como hacemos con un buen amigo, incluso reírme de sus chistes malos.

En su narrativa, ya sea en Random House o bajo un sello independiente, uno se encuentra con una voz distinta. Un tipo prudente, sincero, herido, al que los lectores quieren ver caído pero no en la ruina, porque esta ruina nos involucra a todos y nos promete un abismo común.

Los personajes de Espartaco Sánchez no son monigotes quijotescos a los que el sistema apalea en aras de la carcajada, sino el impostor cultural que se sabe ajeno al territorio y lo recorre con cuidado para no volverse parte de lo que solía cuestionar. Diría mi tío sindicalista: “Estaba en la olla de mierda y cerré la boca para no tragármela”.

En esta olla de mierda los protagonistas de Espartaco Sánchez no son heroicos ni poéticos, no creen tener la razón ni defienden su verdad iluminada a capa y espada (algo que lo distancia, aunque no tanto como él quisiera, de Roberto Bolaño); los suyos son pasguatos extraviados que asisten al medio cultural como a una cita con el dentista.

Ceremonia es algo así como una secuela de Gasolina (Nitro Press, 2012). El personaje y autor de este libro cede los derechos para que su obra sea adaptada al cine con un estilo hollywoodense (algo poco realista en México; más certero hubiera sido que la convirtieran en un melodrama de cuatro horas donde a veces dicen güey, no mames), lo que le reditúa una nominación al Premio Ariel, que es la ceremonia en la que intentará consagrarse.

La historia, a ratos chistosa, a ratos predecible, es tal vez lo menos importante de este libro. Salvo una charla con un editor demasiado imbécil, que quiere poner más bombas y bazukazos en su novela, para venderle mejor el horror latinoamericano al público alemán (más certero hubiera sido un editor pretensioso que quiere encontrar al Coetzee mexicano y termina publicando otra mafufada), no hay mucho que decir. Parodias de Gael y Diego Luna, romances invertebrados con una madre soltera, una propuesta cotorrona de escribir distopías sobre Sor Juana contra el apocalipsis zombi.

Son ocurrencias, a mi gusto, palomeras. Pero la incomodidad del estoico narrador nos lleva a interpretarlas como apuestas de vida o muerte. Él no interrumpe, no confronta. Calla, da el avión y otorga. Creo que en este carácter permisivo se oculta el verdadero humor de Espartaco Sánchez. Un humor en clave Ricky Gervais si sus comedias la dirigiera un soviético impasible. El resultado es un producto incómodo pero familiar, parecido a una de esas series que no puedes dejar de ver pese a que nunca pase nada memorable.

Ceremonia, como el resto de la obra de Espartaco Sánchez, cura la resaca intelectualoide. Las páginas se suceden en escenarios despoblados, tensos y, no obstante, indiferentes. Ni el fracaso ni la gloria espantan a los personajes, sólo la sensación de que nadie se atreverá a descubrir el embuste pomposo del medio cultural.

Y de repente llega esa página. A veces es la cincuenta, a veces la setenta y cinco. La voz se desorienta en un recuerdo o en una idea alquímica. En el caso de Ceremonia surge en una sala de hospital donde un personaje agoniza. Algo en el lector se quiebra. Espartaco Sánchez domina con maestría ese efecto narrativo al que sólo me ha sometido la prosa de Thomas Bernhard y pocos más.

De repente te das cuenta de que la novela no tiene nada que ver con ceremonias culturales, publicaciones tópicas, editores chuscos, distopías de Sor Juana contra el apocalipsis zombi, mucho menos con cervezas ni balazos, sino que es un retrato de la fragilidad. El ser humano, despojado de atavíos, es una cáscara frágil que sólo desea un instante de empatía.

Son cinco o cuatro párrafos a lo mucho, luego vuelve la parodia, el chascarrillo, pero tras ese lapso el lector ya no se reconoce en las mismas palabras. Ya no está frente a vagas voces de la parafernalia social. Son plegarias, ruegos, aullidos en busca de la salvación.

Es entonces, aunque no le guste a Espartaco Sánchez, donde más se emparenta su narrativa con la de Roberto Bolaño y donde alcanza su mejor definición. Al que habla, al que cuenta, ya no le queda nada, está acostumbrado a la derrota y sabe que volverá a perderlo todo. Y sonríe. Se regodea en la miseria y sonríe. Y en esa sonrisa se esconde la genialidad de un escritor  al que aún le queda mucho por decir.

 

Diego Isla (1984) Arquitecto malogrado, enemigo imprudente del diván cibernético. Premio Luis Cernuda de poesía 2011. Lee cada libro como si fuera su horóscopo. Vive en Dublín.

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