Las costuras de la banalidad

Por Raquel Verdugo

 

  • Título: La plaza del Diamante
  • Autor: Mercè Rodoreda 
  • Editorial: Edhasa
  • Lugar y Año: Barcelona, 2009

 

La plaza del Diamante retrata la Barcelona republicana, los años de guerra y la dictadura a través de la mirada de una mujer joven. Mercè Rodoreda fue testigo de los tiempos que relata y quizá por ello encuentra la voz exacta para el personaje protagónico. Equilibrada entre la ingenuidad y la astucia, “la Natalia” describe la realidad con palabras pequeñas. Las repeticiones, las inflexiones orales, el leísmo y, sobre todo, las circunstancias recogen el pálpito de un pueblo vivo.

El lenguaje está tan bien trabajado que parece espontáneo. La charla de las señoras que durante un parto dicen del ombligo: “Antes de nacer somos como peras: todos hemos estado colgados de esta cuerda”. Las descripciones se centran en los objetos cotidianos para darles un nuevo significado. Un simple embudo, una cinta atada al pomo de una puerta, una cama de latón se revelan como símbolos de la desesperación.

La acción es silenciosa y se teje en instantes que, sin saberlo, acaban determinando el cauce de una vida. La continua sucesión de acontecimientos resulta, a veces, de una crueldad insoportable, porque ninguna acción destaca sobre otra, pero en conjunto crean un mapa de derrotas íntimas.

La plaza del Diamante dibuja el camino por el que se van dejando las vidas que ya no nos pertenecen. Las recordamos con la extrañeza de quien atestigua una ficción y piensa que el mundo no es más que una serie de sensaciones abrochadas por la memoria. “La Natalia” pasea por la calle Mayor y descubre en el recorrido del tranvía cómo se le ha ido la juventud. El libro contrapone la incertidumbre del devenir con la aparente perdurabilidad de los tiempos presentes.

En el escaparate de una tienda, “la Natalia” observa unas muñecas sin ser consciente de que pronto todo su mundo desaparecerá tal como lo conoce: “Las muñecas siempre allí, con la cara de porcelana y la carne de pasta, al lado de los zorros para el polvo, de los sacudidores, de las gamuzas de piel y de las gamuzas imitación de la piel: todo en la casa de los hules”.

En cierta medida, la novela es un manifiesto contra los grandes giros argumentales y el relato hollywoodense. Provoca incomodad lo mucho que se parece a la vida. Secretamente despierta el deseo de que la realidad estalle o se agite, el anhelo de que un superhéroe rescate a los personajes del ahogo de su insignificancia. Pero lo más que Rodoreda admite es un grito en mitad de la plaza del Diamante.

Pocos relatos resultan conmovedores y dolorosos sin perder la ternura ni caer en efectismos dramáticos. Los escritores que sobrevivieron a una guerra no tienen que recurrir a la violencia para retratar la condición humana, porque saben que para encontrarla basta con mirar en las costuras de la banalidad.

 

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