Por Raquel Verdugo
- Título: Amo a Dick (I love Dick)
- Autora: Chris Kraus
- Editorial: Alpha Decay
- Lugar y Año: Barcelona, 2013
Querida Chris:
Todavía no sé muy bien de qué trata tu libro. Amo a Dick me confunde. Me pregunto si el atrevimiento de escribirle tropecientas cartas a un desconocido no fue más que una excusa para aceptar tu fracaso como directora de cine experimental. Y de una vez acabar con tu matrimonio. Pero si Amo a Dick fue un intento de emanciparte ¿por qué dedicarle trescientas páginas de reflexión y confesiones a un hombre?
El personaje de Chris Kraus que creaste para este libro participa al mismo tiempo en distintos niveles de inteligencia y estupidez. Sus divagaciones transversales abarcan desde emociones que podemos encontrar en una canción pop hasta complejas teorías en torno a la escritura y el significado de la identidad de género. Solo tú, querida Chris, eres capaz de romper el estereotipo de que lo íntimo no puede ser sesudo. Tu humor referencial es el cauce perfecto para que confluyan discursos tan distintos. Has inventado un nuevo género literario, el que resulta de mezclar rasgos de la novela clásica, la autoficción, la metanarración, el género epistolar y el diario. Me sigue perturbando una cuestión: ¿Por qué depositar en un hombre, que además representa a todos los penes, tu particular idea de la salvación?
Dick es el ideal insoportable de una vida mejor pero sin escrúpulos. Otras escritoras ya lo habían evocado antes que tú. El 6 de julio de 1995 cuentas cómo encontró Katherine Mansfield a su propio Dick, ese “oyente esquizofrénico perfecto” del que se enamoró a fuerza de narrarlo en su cuento Je ne parle pas français. Me viene a la cabeza Agnès de Catherine Pozzi, la novela en la que le escribe cartas a Dios para compartirle el amor que los hombres no sabrían apreciar. Para ti, Dick se convirtió en ese recipiente. Le dices: “Mientras tú escuchas no necesito aliento, aprobación, ni respuesta”. ¿Acaso somos adictas a ser escuchadas? ¿El silenciamiento histórico nos ha convertido en fanáticas de un interlocutor invisible?
Dick es un estímulo. Tú encuentras respuesta a las preguntas más complejas cuando te desdoblas. Le dices: “No hay forma de comunicarse contigo escribiendo porque los textos, como todos sabemos, se alimentan de sí mismos, se convierten en un juego”. La necesidad de ser escuchadas es, en realidad, la necesidad de configurar nuestros pensamientos con el fin de que existan y que su resonancia nazca en la realidad. El discurso del enamoramiento surge de la misma fórmula. De ahí que rescates esta cita de Ron Padgett que describe el enamoramiento como “el momento en el que la persona se muda dentro”. Hay un paralelismo entre la escritura y el amor. Ambos empujan a la persona a un estado de autoconsciencia brillante y, en la misma medida, inútil.
Adoro cómo te llamas “mala feminista” y etiquetas de la misma manera a distintas artistas que fueron censuradas porque hacían lo que les daba la gana sin atender a los parámetros del arte feminista de su época. Tu libro es un tratado sobre la contradicción. La máxima consecuencia de ser mala feminista es convertirse en una misma. Apenas escribo esta frase y me censuro. Quiero borrarla. Tal vez a todas nos habita una feminista que se está descubriendo y otra rigurosa que pretende saber lo que es correcto; una Katherine Mansfield y una Virginia Woolf. Le cuentas la historia a Dick:
“Katherine, se esforzó en Londres por ser la mejor amiga de Virginia Woolf, quien la odiaba porque Katherine era esa clase de imbécil-naif que los hombres de letras adoraban y defendían en detrimento de ella”. A mí también me habita una Katherine Mansfield (bastante menos sobresaliente), cuyo proyecto de vida es capturar sentimientos adolescentes, que siempre tropieza con una Virginia Woolf, ya sea interior o encarnada, que la reprende. En tu libro estoy a salvo porque has conseguido que un puñado de cartas sea el antídoto contra la culpa.
Eres experta en diferenciar a los académicos que tienen sensibilidad creativa de los artistas. Sin querer has hecho un retrato divertidísimo de la clase intelectual. Criticas a la novela moderna porque los autores masculinos persisten en contarnos su biografía y convierten al resto en personajes simbólicos para alivianar la carga de realidad. Tú te revelas frente al falocentrismo novelado y tomas identidades reales para conformar personajes complejos como Sylvère. Con Dick usaste la identidad de un desconocido para conformar a un juez ficticio proyectado a través de la idealización.
Pero Amo a Dick no es una simple recopilación de cartas, es un juego metanarrativo en el que te inventaste junto a tu esposo escribiendo un diálogo epistolar que terminarías por tu cuenta. ¿Cómo ordenaste tantos discursos? ¿Esperabas llegar a una verdad final o sólo pretendías postergarla? Me inclino por lo segundo porque en una ocasión le confesaste a Sylvère: “Ha de haber algo que una espere, si no, no voy a poder seguir viviendo”.
Yo creo que a nadie le importa no llegar a dibujar certeramente a Dick porque, querida Chris, tú lo ocupas todo y ya habiendo leído el libro varias veces ni siquiera me preocupa no saber de qué trata. No importa de qué trata la vida, lo único que importa (y tú me has animado a hacerlo) es atreverse a escribir, plasmar las contradicciones, revelar los terrenos más peligrosos de la imaginación, para seguir explorándonos.
Te quiere,
Raquel