Por Guillem Borrero
- Título: Yo serví al rey de Inglaterra
- Autor: Bohumil Hrabal
- Editorial: Galaxia Gutenberg
- Lugar y Año: Barcelona, 2011 (primera edición, 1971)
Yo serví al rey de Inglaterra es la narración en primera persona de la vida de un joven aprendiz del sofisticado mundo de la hostelería, abnegadamente entregado a su tarea y con el sueño de ser multimillonario entre ceja y ceja como motor de sus escaramuzas. El periplo vital de Jan se despliega en Centroeuropa a lo largo de las décadas más convulsas de la primera mitad del siglo XX, y aunque tiene como telón de fondo los acontecimientos más espantosos que ha vivido la humanidad, nada más lejos de resultar una historia moralista.
¿Quién empatizaría con un tipo interesado, camaleónico, sin ideales firmes y obsesionado con hacerse rico? A este perfil obedece Jan, protagonista y narrador de Yo serví al rey de Inglaterra. Gracias a la pluma de Bohumil Hrabal (Brno, 1914 – Praga, 1997) no sólo llegamos a entender a este antihéroe moderno, sino a amarlo, a querer quedar con él para que nos explique su historia una y otra vez, a viva voz, viendo sus gestos de camarero profesional, lidiando con nazis, prostitutas y reyes con igual eficiencia, sin distinciones de clase.
Acaso la clave del milagro que Hrabal hace realidad en esta obra no sea que utiliza el sentido del humor para que nos identifiquemos, sino que se posiciona en el punto de vista idóneo para revelar ―pero como si no fuera ése su objetivo― lo abstruso e hilarante de la realidad europea en bruto. Ahí reside su genialidad: dar con la voz y el tono exactos y saber angular las escenas como el mejor camarógrafo. Tras eso, la risa auténtica, ese bisturí que disecciona lo cotidiano, surge sola.
El lector encuentra en Yo serví al rey de Inglaterra un alarde de técnica, un ejercicio de equilibrismo estilístico articulando una voz que no parece emplear más tono que el propio y que resulta tan sincera como un sopapo en la cara. Porque voz y tono, imbricados de tal forma que parezca que alguien está hablando desde la mesa de un bar, no abundan.
A ratos, la ingenuidad casi infantil y a un tiempo sagaz de Jan nos puede recordar al cínico narrador de 1280 almas (1964), de Jim Thompson, o al que Kurt Vonnegut dibuja patéticamente en Matadero 5 (1969). ¿Por qué magnetiza la voz de este personaje? Será que nosotros, herederos de don Quijote, sabemos de qué hablamos cuando hablamos de antihéroes. Nada como su enternecedora humanidad emanada de las casuales contradicciones que enfrenta nuestro camarero. Un día se ve estrechando efusivamente la mano de altos mando de la Wehrmacht, y, cierto tiempo después, denuncia cabecillas de la Gestapo ante las nuevas autoridades rojas. ¿Así es la vida, según la literatura, o así es la literatura, según la vida?
Mi aplauso se suma a los que recibió Bohumil Hrabal en la década de los sesenta, cuando se levantó la censura a sus libros y los ejemplares vendidos se masificaron. Luego llegó la Primavera de Praga en el 68, se produjo la invasión soviética, se cerró el paréntesis de tolerancia cultural y, como un telón de acero, nunca mejor dicho, la censura volvió a caer sobre su obra. Entonces se acabaron los aplausos y la samizdat— ediciones clandestinas mecanografiadas— proliferó entre sus lectores.
Hrabal solamente precisa de un párrafo para distinguirse y convencer al lector de que el libro que tiene entre manos le cambiará la vida: Serás el mozo del restaurante, ¿de acuerdo? ¡Recuerda, no has visto nada, no has oído nada! ¡Repítelo! Así pues repetí que en aquel restaurante no debía ni oír nada. Entonces el patrón me tiró de la oreja derecha: Pero grábate en la memoria que tienes que verlo y oírlo todo. ¡Repítelo! Sorprendido, repetí que lo vería y oiría todo. Así fue cómo empecé.
Quiero leerlo sólo de leer esta reseña tan buena. 🙂
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