La consagración de la memoria

Por Pável Granados

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  • Título: Memorias y comentarios
  • Autor: Ígor Stravinski & Robert Craft
  • Editorial: Acantilado
  • Lugar y Año: Barcelona, 2013

 

 

Para Mauricio Medina

El libro de memorias de Ígor Stravinski (contadas a Robert Craft) me dejó claro que los aficionados a la música la disfrutamos más que los grandes compositores, ya que entre ellos –Ravel, Debussy, Rimski-Kórsakov, Schoemberg– no se soportaban y sólo asistían a los conciertos a ver qué podían criticar de sus maestros y de sus contemporáneos. También descubrí que Stravinski era un conversador apacible e hipnótico (como varias de sus obras), cuyos pasos por la vida son relatados con delicadas tonalidades.

El compositor recuerda los sonidos de su ciudad natal, el paso del viento frío por sus mejillas en los viajes familiares y el sabor del primer cigarrillo a los catorce años. Cada recuerdo, de la juventud a la vejez, está relatado de tal manera que parece un cuerpo sólido y no una vaguedad hecha de aire: las veces que pudo ver a Chaikovski, y cómo fue la tarde de 1893 en que murió el gran compositor ruso. Aquel viaje inolvidable a Oslo: un amigo le dijo que se fijara en el hombre bajito que caminaba en la acera de enfrente. Era Henrik Ibsen, con su sombrero de copa y su cabellera blanca. “Hay algunas escenas en la vida de una persona que jamás se borran de la retina, permanecen para siempre en las profundidades de la mente”.

¿Y la vejez? Pocas veces he leído páginas tan bellas sobre el tema. Fueron años en que Stravinski acostumbraba escuchar a Beethoven mientras seguía sus partituras. En esta parte del relato se olvida de la vida para adentrarse en los misterios de la técnica. Sus conferencias en los Estados Unidos eran un fracaso porque se dedicaba precisamente a comentar obras musicales. Naturalmente, su amistad con Serguéi Diáguilev y Vaslav Nijinski (el más mítico empresario de danza y el bailarín) es motivo de numerosas páginas. Pero, en fin, incluso las anécdotas paralelas y minúsculas son de interés. Como aquella en la que, durante un concierto en que llegó el ejército ruso, uno de los músicos de la compañía comenzó a temblar convulsivamente mientras miraba al público. “¿Qué le sucede?”, le preguntó Stravinski. “Deseo entregarme inmediatamente a ese soldado”, le respondió.

Un envidiable mundo artístico pasó ante los ojos de Stravinski, es difícil enumerarlo. Entre sus amistades se encontraban Coco Chanel o Erik Satie, no es de extrañar que en este desfile también aparezcan Pablo Picasso, Victoria Ocampo o Walt Disney. Cada personaje tiene su espacio y su momento para brillar, pues nada hay más aburrido que las listas. Cada contemporáneo tiene su oportunidad de actuar frente a nosotros, de dejar un momento quizá inolvidable. Es el caso de Aldous Huxley, quien paseaba con Stravinski por zoológicos, museos, calles con casas enigmáticas. A pesar de su casi ceguera, Huxley se acercó a un cuadro, en una galería, y reconoció la enfermedad de un campesino en la pintura: “Este hombre padecía de la pituitaria”.

En un zoológico, Huxley le habló de todas las especies animales con su nombre científico y le contó los secretos de sus hábitos sexuales. Dije que las listas son aburridas, pero las personas que trató Stravinki en casa de Huxley eran todo lo contrario: hipnotizadores, economistas, parasitólogos, espeleólogos, industriales, físicos, ocultistas, una maga libanesa, hombres santos de la India, actores, antropólogos, educadores, astrónomos y alguno que otro escritor. Es una lástima que no pueda transcribir aquí con deleite todas las páginas de este libro.

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