Por Carlos Jáuregui
- Título: La memoria de las cosas
- Autor: Gabriela Jáuregui
- Editorial: Sexto Piso
- Lugar y año: México, 2015
La narración en La memoria de las cosas, muy lejos de la versión clásica del relato breve, se asemeja más a las fábulas y alegorías salpicadas de tintes poéticos y de visiones sublimadas de los sentimientos que la autora le adjudica a los objetos inanimados. Su acierto es precisamente esta aproximación: los veintitrés relatos son pinceladas cargadas de imágenes.
Gabriela Jauregui (Ciudad de México, 1979, ningún parentesco con quien escribe esta reseña) entrega una disección casi atómica de objetos comunes que nos rodean y que en sus relatos figuran como núcleo principal. Todos los objetos escogidos pueden analizarse a través de la sinestesia («Unión de dos imágenes o sensaciones procedentes de diferentes dominios sensoriales») y la prosopopeya («atribución a las cosas inanimadas acciones y cualidades propias de los seres animados»): un aguacate en plena maduración sufre el mismo via crucis que un migrante, un árbol que recorre el universo como astronauta y un gummybear que alcanza tintes de radical y de arma terrorista.
En esta obra breve de no más de 125 páginas, organizada en cuatro capítulos que asemejan la clasificación de los reinos de los seres vivos –incluido el innovador artificialia–, el objetivo es presentar objetos habituales confinados a la simplicidad de su existencia, de una manera táctil y vital, para forzarnos a su contemplación como una especie de Alicia que sigue al conejo hasta introducirse en el agujero, perdida en un universo rodeado de figuras con significado particular y en donde todo lo que existe deja huella.
Los relatos emanan de la contemplación y de la introspección pura. Jauregui no puede evitar ver las cosas a través de un crisol poético. La mayoría de los relatos terminan siendo cuadros, imágenes perfectas de sueños o de mundos palpables. Los juegos de palabras son simples y rítmicos. Quizá salpiquen inocencia, pero no por ello son sencillos ni infantiles, llevan cierta profundidad en cada vocablo. Como si fuera una pequeña que impusiera sus propias reglas en un mundo adulto. Los arrebatos poéticos y casi líricos brotan con fluidez:
Huevo, esfera, pera. Fruto mantequilla. Maravilla. Oro verde. Cojones, huevos, testículos. Fruto afrodisiaco de semilla única… Esferas a la espera, peras esperando, dejan de soñar. El gas cumple su cometido. Estos huevos están a punto de estallar.
En “Molusco”, el relato más extenso, un artista crea siete caracoles de bronce y los tira a la basura con el fin de lanzarlos al universo y después traerlos de vuelta. Ahí los caracoles sirven de génesis para introducirnos a distintos mundos y personajes: mercados, puntos de aduana, prostitutas, pepenadores, artistas y vagos. Un ejercicio común pero convenientemente descrito, narrado de forma lineal, sin giros de tuerca ni tramas misteriosas.
Un curador suizo o sueco vino a hacer una visita y grabar una conversación con él. Más molusco que persona, pero menos caracol que pepino de mar, el curador, hasta las narices de cocaína local, no dejaba de hablar.
Cada uno de los relatos tiene completa originalidad. Jauregui consigue arrancarle a un tema inerte todo un universo microscópico que exige búsqueda y entendimiento. La mayoría de los relatos llevan siempre una fuerte carga de idealización y un juicio moral. Enaltece a aquellos seres frágiles que gravitan a nuestro alrededor para acusar el antropocentrismo.
“Citlalli” (“estrella” en Náhuatl) es quizá el relato mejor logrado de la obra, pues, dejando de lado la metáfora impuesta en el personaje, lanza un golpe certero contra el antiguo recato y el machismo de la sociedad azteca. Un cuento muy breve que es consistente, sin alcanzar la fuerza transgresora que podría. En un soliloquio nocturno, la mujer por igual lamenta y acepta su condición de acompañante, destinada a tener una vida regida por la voluntad de los dioses y la de su hombre. Confinada a no poder evocar una luz propia y radiante ni causar el estruendo de los ríos.
Algunas estrellas son cuerpos luminosos que se ven repentinamente y se apagan pronto. Otras estrella son dobles, éstas son un sistema de dos estrellas entrelazadas por su mutua atracción. Quizá él es una estrella de otro tipo que yo. Estrella también es un cuerpo que brilla con luz propia. Algún día…
El único vacío que queda de la obra es el no lograr identificar si la autora ha llegado a su límite. La sensación de que Jauregui no alcanza el desdoblamiento del alter ego que todo autor tiene para dejar escapar a través de la pluma al ser viscoso que se apodera de la mano al escribir. Nos debe aún darnos a conocer su lado más primario, violento y egoísta para no dejarnos la sensación de estar frente a alguien que se resiste a expresar la mitad de lo que verdaderamente piensa e imagina.
Quizá en otra obra, Jauregui podría incluir también al reino móneras, donde punzantes bacterias y deplorables seres unicelulares nos revelen la belleza de las cosas en decadencia.
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Un comentario sobre “El gabinete de la doctora Jauregui”