Por Joana Medellín
- Título: Sal de alacrán
- Autor: León Cuevas
- Editorial: Ediciones Periféricas
- Lugar y año: Ciudad de México, 2019
Sal de Alacrán es un conjuro que busca fugar la memoria enjaulada en los barrotes de la metafísica a través de diversas narraciones mitológicas. Es una propuesta literaria que descubre su propia matriz de significados al desgajarse en una voz poética que plantea un organizado sistema de niveles tróficos, cuyas conexiones, en correspondencia de energías y nutrientes, van dando estructura a un ejercicio filosófico que se justifica a través del lenguaje poético.
Desde las primeras páginas Cuevas deja clara que la estrategia, o en todo caso, la epistemología de la que hará uso, será ir aumentando la vehemencia de la búsqueda en un frenesí de tropos; así el escrito aumentará en fuerza y en su énfasis para conducirnos de lo terrenal a lo celestial, partiendo de la anágoge, y usándola como una montaña rusa hasta finalizar el recorrido del poemario, que busca incansablemente una explicación profunda de su percepción mística.
Lejos del nihilismo la voz poética se decide por la exploración lingüística y a través de la polisemia de un mismo significante se monta en el aliento que da cuerpo al poemario.
…me desintegro y me fragmento en cuadros acústicos
partículas de nada que trascienden en partes totales
sin forma continúo entre los pasos y el andar
ando a formas pasadas
formo continuados pasos
paso continuamente formas
por formas de suspiro
suspiro una forma
exhalo un suspiro
y dejo de ser parte de mí
Cuevas se desmarca de las formas ordinarias de puntuación como en una elongación de extremidades que buscan alcanzar una voz propia. La constitución significativa de la voz poética desde su mismidad. Así como enuncia su poema, el autor dibuja, usando la hoja como un gran lienzo. Sin puntuación formal, Cuevas descubre el flujo de su voz en una rítmica que usa la versificación para crear estampas. La regla que vincula a los poemas no es aquella dada por el confeti de las comas, los puntos o las comillas, sino la rima asonante, la anáfora y la interlocución directa con el lector.
Esto le permite alcanzar álgidos puntos de flexión lingüística, que en otras instancias de la escritura que busca conocer-, probablemente resultarían absurdos o demasiado emocionales. Sal de Alacrán es una duda ontológica que se va problematizando con la misma voluntad con la que se camina en la selva. Ya se decía, desde hace tiempo, que la mucha claridad es como la mucha oscuridad, ninguna permite ver. Así, la voluntad que explora la duda va tejiendo con los dioses de todas las culturas, preguntándose sobre el alma, el ánima, el espíritu. Cuevas, uno a uno, los deshilvana para mirarlos y sentir la textura nudosa de cada una de las fibras que constituyen a la gran narración humana:
…dejé de ser desde tener memoria
y desde perderla dejé
perdí todo por serlo
ser el ser
no ser
comenzar a ser
Cuevas se adscribe, en tanto narrador metadiegético, en “lo real maravilloso”, y a través de la anamnesis, el ritual de la poesía revive los signos y vivencia nuevamente; no desde la nostalgia, sino desde la vitalidad; la diégesis da lectura a situaciones, acciones, atmósferas y movimientos que provienen de una cadena de rememoraciones enriquecidas con miradas nuevas que recrean el presente con mayor vigor que el pasado.
obeya para la eternidad
obeya por la justicia
obeya por la verdad
obeya todos los dioses,
son flor de luz
y no de temor
como se le teme a la serpiente
como se le teme al arcoíris
como se le teme a la muerte
como se le teme al presente
porque así nos enseñaron a tener el miedo de entender
de entenderle a la vida
de mirar frente a frente al final
nos educaron para temerle a todo
y creces teniéndole miedo a ellos
temiendo a los rituales
temiendo a los tambores
temiendo a los sacrificios
temiendo a los funerales
pero presencié que el funeral es la última y mejor fiesta
yo, blanco ignorante, curioso
Cuevas indaga el tema de la identidad como si ésta fuese una acuarela que se mezcla en el godete de la angustia existencial y el mito, desde el agridulce sabor de la disforia, aquél que puede crear el saberse condicionado por marcas culturales:
…y así te pregunto
de hombre blanco
a hombre blanco
¿de verdad eres quien define lo que es puro?
¿de verdad defines quién es un dios y quién no?
pero bueno
soy solo un ignorante blanco
curioso
con estampas sociales
de infancia barroca
rebeldía minimalista
y búsqueda que nunca acaba
repleto de santos labrados
y temiendo a la muerte…
Sal de Alacrán cuestiona la geografía cultural y los símbolos que le pertenecen. Problematiza el estado de sitio en el que yace la voz poética y la hace añicos, trayendo al papel elementos de otras culturas y latitudes para reinventarse en ellas. Entre elementos botánicos y nombres de dioses, encara fenómenos sociales de profunda importancia como la colonización, el racismo y el despojo milenario que han vivido grupos sociales colocados en el cono sur del mundo. El saqueo de arquetipos y la mercantilización de lo ritual se ligan a las indagaciones por la muerte, como si fuera ésta el manantial del que brotan los cauces ciegos del río que no se explica quién es.
A través de metáforas que le permiten habitar como origen “el alba”, “los doce tonos” y “el dibujo sobre el contorno del mundo”, avanza a la gran duda de ¿por qué ha venido a ser el destierro el destino que la blanquitud ha deparado a tantos grupos sociales? y con un dejo de desprecio frente a lo que se ostenta como respuesta, escribe:
… no sabe estar completamente triste
por ende no sabe cómo es la alegría
al mínimo grado de emoción extrema
el blanco la sustituye
con el derroche
con la imposición
con el desenfreno
con la sangre ajena
con la mutación de las leyes
con la cacería de los dioses
y se expande, se expande, se expande
Cuevas echa mano de tropos que van desde el oxímoron hasta la antítesis para hablar del yo, frente al otre. Se reconoce constreñido en el pigmento y se deconstruye como forma de conocerse, logrando así un análisis desde la aproximación filosófica que aterriza en una crítica de espectro social. Parece que el poeta logra estar de pie en el centro, desde el cual que divisa, como si mirara todas las orillas, otra posibilidad del “yo” y sobre todo, una posibilidad más para el “otre”, una más cercana.
“Vudú Canto a la vida”, último poema dividido en tres partes, abunda sobre lo abrumador de la duda existencial pero de una forma vitalista y humilde:
…nosotros no sabemos nunca qué pedir
el deseo es inmenso y
tan basta la ignorancia
de nuestro propio anhelo
de nuestra propia existencia
Prosigue:
…mientras que nosotros necesitamos espíritu
el espíritu divaga solo por las selvas y los bosques desnudo,
santo, santa su auto devoción
santificado sea en la profundidad de la floresta
sacro sea el misterio // divino sea el umbral
santa sea la sangre como llave maestra
Sal de Alacrán es un ticket a las carreteras que viajan hacia adentro. Un poemario que “era un sueño que vivía en lo real”.
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