La Peste de Camus y la nuestra

Por Becubio Reloaded

 

  • Título: La Peste
  • Autor: Albert Camus
  • Traducción: Rosa Chacel
  • Editorial: Alianza
  • Lugar y año: Madrid, 1996

 

 

Hace unos ochenta años, una mañana del 16 de abril, el doctor Bernard Rieux salió de su consultorio y se fijó en detalles inusuales, las ratas morían fuera de sus escondrijos. Este es el inicio de La Peste, novela escrita por el algerino-francés Albert Camus, quien se basó en el brote de tifus que asoló en 1870 la región de Tlemcen, frontera de Argelia con Marruecos. En ella Camus reflexiona sobre la naturaleza de la peste y el ser apestado. Al principio habla del papel del individuo en una situación donde hay muchos cómplices para que ésta no sea vista como alarmante, luego de las distintas actitudes que toma la gente respecto a este tipo de peligro comunitario cuando el hecho ya es innegable y que, además de crecer y expandirse, socava la despreocupación de una cotidianidad que había construido las propias condiciones del exterminio, condiciones que fácilmente pueden restablecerse.

La Peste es narrada por un cronista que recopila los documentos de la ciudad de Orán y los escritos de los personajes que seguirá en su trayectoria y debates internos respecto a su actuar en la epidemia. El objetivo del cronista es mostrar cómo transcurrieron los eventos a lo largo del año 194… y dejar constancia de lo sucedido, quizá para que no caiga en el olvido este tipo de situación latente, la cual, en cualquier momento, podría volver a ocurrir, si es que dejó de ocurrir realmente.

Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, en los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande morir en una ciudad dichosa.

Si bien la ciudad de Orán es la protagonista, quien enlaza a los personajes es el Doctor Rieux. La ciudad de Orán, nos dice el cronista, se conoce por el trabajo de sus habitantes, por cómo aman y por cómo mueren, y esta ciudad no discrepa en gran medida de cualquier otra, la vida es frenética, los habitantes escatiman el sueño para conseguir dinero y objetos de consumo, de entretenimiento, nadie repara en la existencia ajena y la comunidad no es algo que exista en el imaginario colectivo.

Al fin comprendí, por lo menos, que había sido yo también un apestado durante todos esos años en que con toda mi vida había creído luchar contra la peste. Comprendía que había contribuido a la muerte de miles de hombres, que incluso la había provocado, aceptando como buenos los principios y los actos que fatalmente la originaban.

A lo largo de las cinco partes de la novela seguiremos las posiciones de vida de distintos individuos, los doctores Rieux, Tarrou y Castel, el sacerdote católico Paneleux, el periodista extranjero Rambert, el fugitivo Cottard, el empleado administrativo Grand y el juez Othon. La epidemia biológica revelará su faz moral en la sociedad con las posiciones individualistas, egoístas, negacionistas, de inmadurez e irracionalidad, pero también los esfuerzos humanos solidarios, la humildad, la sencillez y el aprecio de la vida fuera de los valores establecidos por la sociedad. Estarán presentes los temas favoritos de Camus, por ejemplo: las moralidades del ateísmo, el exilio, el suicidio, la pena de muerte y el hecho de ser gobernado por una red de instituciones que trasciende al mero gobierno político.

Desde ese tiempo sé que yo ya no sirvo para el mundo y que a partir del momento en que renuncié a matar me condené a mí mismo a un exilio definitivo. Los otros serán los que harán la historia […]. Sé únicamente que hay en este mundo plagas y víctimas y que hay que negarse, tanto como le sea a uno posible, a estar con las plagas.

Invito no sólo a leer esta novela, que por sí misma es excelente, sino también a comparar la situación que plantea Camus en el siglo XX con la pandemia del coronavirus que vivimos en la actualidad. Los medios de comunicación humana son distintos: en esos tiempos difícilmente se podía hacer una llamada telefónica, las cartas podían transportar la enfermedad y los telegramas eran tan poco comunicativos como normalmente son nuestros mensajes actuales. La manera de transportarse sólo cambia radicalmente con los aviones, medio por el cual se expandió el coronavirus.

Quizá la gran diferencia sea el ámbito de la información: la intención de las noticias en distintos grados, desde el local, pasando por el nacional hasta el internacional con las potencias imperiales y sus satélites omniabarcantes como el Banco Mundial, la OMS, la OTAN y el FMI. ¿Se trabaja, se ama y se muere de igual manera en todas las ciudades del mundo? Los límites del Capital siguen siendo los mismos delimitados por Marx, aunque la enajenación ciertamente supera por mucho a la del siglo pasado, pues cada vez se es más feliz en la esclavitud; esa libertad de entretenerse en el drama de consumir y ser consumido.

El amor actualmente parece concernir más a los algoritmos que a los fluidos y las habilidades emocionales, ahora todo es plano y homogéneo . Y la muerte… la muerte nunca había sido tan ocultada a la percepción humana como en los últimos 50 años, parece que morir es un milagro, el cual se borra de las mentes en cuanto acontece, ¿por qué? Quizá porque  the show must go on y el duelo quita tanta productividad como el sueño, los cuales hay que reducir por un progreso ilusorio.

Las medidas tomadas eran insuficientes, eso estaba bien claro. En cuanto a las salas «especialmente equipadas», él sabía lo que eran: dos pabellones de donde se habían desalojado apresuradamente a otros enfermos, en cuyas ventanas habían puesto burlete, y rodeados de un cordón sanitario

Pero sobretodo invito a leer La Peste para comparar y diferenciar los que sucede en Orán y los personajes de Camus con lo que sucede en nuestro hábitat; apreciar la radicalidad con la que se toma un asunto como la salud pública al grado de que uno no llegue a ser colaborador de los verdugos. Pero también los invito a escribir sobre sus experiencias en esta transición al nuevo orden mundial capitalista para que, en caso remoto de que se restablezca la “normalidad”, o dicho nuevo orden se normalice, como suele suceder, lo vivido sea reflexionado y no caiga en el olvido, al menos para uno mismo que necesariamente con su existencia gregaria lo transmite, pues creo que la reflexión se materializa al ser concebida y una de las mejores encarnaciones de lo que se concibe es la escritura, el texto, ese esfuerzo que teje el pensamiento en letras, sílabas, oraciones, párrafos, parágrafos, capítulos, episodios, partes, volúmenes, sagas, temporadas y demás.

Las plagas, en efecto, son una cosa común, pero es difícil creer en las plagas sino hasta que uno las ve caer sobre su cabeza. Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, sin embargo, pestes y guerras toman a las gentes siempre desprevenidas. El doctor Rieux estaba desprevenido como lo estaban nuestros conciudadanos y por eso hay que comprender sus dudas. Por esto hay que comprender también que se viera dividido entre la inquietud y la confianza. Cuando estalla una guerra, las gentes se dicen: «Esto no puede durar, es demasiado estúpido». Y, sin duda, una guerra es evidentemente demasiado estúpida, pero esto no impide que dure. La estupidez insiste siempre, uno se daría cuenta de ello si no pensara siempre en sí mismo. Nuestros conciudadanos, a este respecto, eran como todo el mundo, pensaban en ellos mismos. Dicho de otro modo, eran humanistas: no creían en las plagas. La plaga no está hecha a la medida del hombre, por tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar. Pero no siempre pasa, y de mal sueño en mal sueño son los hombres los que se pasan, y los humanistas en primer lugar, porque no han tomado sus precauciones. Nuestros conciudadanos no eran más culpables que otros, se olvidaban de ser modestos, eso es todo, y pensaban que todavía todo era posible para ellos, lo cual daba por supuesto que las plagas eran imposibles. Continuaban haciendo negocios, planeando viajes y teniendo opiniones.

Lee La peste de Albert Camus aquí

 

Bio Juan Carlos Lozano

 

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