Por Carlos Jáuregui
- Título: Chicos
- Autor: Sergio Bizzio
- Editorial: Interzona
- Ciudad y Año: Buenos Aires, 2012
Sergio Bizzio (Villa Ramallo, 1956) ya había logrado dejarnos una excelente impresión con su novela Rabia en 2005, donde exhibió la decadencia y el derrumbe de la sociedad argentina moderna a través de una historia de amor, crimen y desesperanza, todo dentro de una misma casa.
En su obra de relatos de 2012 Chicos, editada por Interzona, Bizzio arremete de frente contra el primer amor, la incomodidad axiomática de la adolescencia y el recuerdo, todo visto a través de los ojos de distintos personajes que van de los 12 a los 17 años, y que son una especie de desdoblamientos de la memoria del mismo autor.
Los cuentos abarcan desde los habituales desencuentros de pareja, amores de verano —tan incondicionalmente sublimados por el recuerdo—, las rencillas de promesas no cumplidas y los triángulos amorosos que todos hemos repetido hasta el cansancio; Un amor para toda la vida, junto con Cinismo, son sin duda los mejores logrados (y también fueron llevados al cine por Paula Hernández y Lucía Puenzo).
El elemento conductor de Chicos es el amor adolescente y las aflicciones comunes de dicha época. En todo el texto Bizzio jamás se aleja demasiado del sentimiento pero consigue esquivar el sentimentalismo pringoso y cansado que generalmente explotan aquellos que evocan el recuerdo; y se centra en la tortura del amor no correspondido, en la incapacidad juvenil de entenderse, en los enamoramientos intratables de aquella chica que dejó el pueblo y en la temporalidad finita del amor.
El argentino se permite incluso el desenfado de soltar líneas que en apariencia intrascendentes, pero que dan fuerza a la narrativa. En una conversación dos familias que han llegado a estar juntas al grado de no soportarse, encuentran un objetivo de ataque común en su homofobia que hace que su aguante rejuvenezca:
Tomo tu pregunta Suli. Realmente: ¿por qué será que los putos se divierten así? ¿No es cierto Muhabid, que nos preguntábamos todo el tiempo eso?…
—Estuve una semana pensando cuál sería el castigo ideal para los putos y te juro que no lo encontré. ¡Son invulnerables!
—Yo les prohibiría el equipo de música. Y todos, incluidos Rocío y Rosendo, estallaron en carcajadas.
Chicos es una obra corta y completa, siete relatos de muy fácil lectura y de temática aparentemente simplista, pero que no tarda en golpear con una realidad franca y con giros imprevistos que van de inocentes a violentos y obscenos. Bizzio suelta la pluma y no es nada cauto en matizar sensaciones o venganzas: uno de sus relatos inicia con una inocente pareja de ancianos que celebra su 30 aniversario y termina con una masacre de animales digna del género gore que salpica al lector y parece salido de algo de la autoría de Eli Roth; así de desenfadado estira los rangos de normalidad el autor.
Solo un par de relatos, que valen en sí mismos por ser originales y narrativamente fuertes, se alejan por completo de la línea temática del texto y distraen un poco de la idea central en lugar de refrescarla —que suponemos era la intención de Bizzio, sin alcanzar el objetivo—; como si al autor le hubiera sido imposible retener estos textos alienados en el cajón por más tiempo. Sus dos relatos distópicos llevan algo de su compatriota Aira (a infinita distancia) y de Philip K. Dick, y lograrían a nuestro gusto entenderse mejor si se hubieran agrupado en un apartado o sección distinta.
En cuanto a estilo literario, Bizzio utiliza en su mayoría una narración en tercera persona, actuando como un testigo focalizado de lo que ocurre, se apoya en figuras como polisíndeton, anticlímax y prosopopeyas; casi nunca ralentiza los momentos, pues la correlación entre protagonistas y la acción de cada uno de ellos es lo primordial en el texto. Como escritor y sobre todo asomando al guionista, Bizzio utiliza descripciones en frase atenuadas inclinadas más a lo visual que a lo interno de los personajes, a quienes el lector conoce mucho más a través de sus actos y movimientos que a su intimidad, exponiendo conflictos dentro de diálogos en apariencia simples pero contundentes:
—Le tenés miedo.
—¿A que?
—Al amor, a qué va a ser.
—Si.
—No le tengas miedo…
—No le tengo miedo al amor. Tengo miedo de sufrir, de sufrir más que ahora. Yo no soy una chica normal.
—No digas eso.
—Es verdad. Lo sabés. No quiero. Andate a dormir. Por favor déjame sola…es una injusticia que yo me haya enamorado y vos no. Una injusticia con vos. Te lo perdiste. No sabés lo fuerte que es.
El autor no lo explica todo; desde su clara focalización cinemática de testigo, sugiere al lector lo sucedido a través de la réplica en conversaciones sencillas y recubiertas de normalidad insinuada.
Bizzio es distintivo en cuanto a la inclusión de diálogos sencillos e intercambios sucintos pero directos y visuales, como en cortos cinematográficos, dotados de acciones y sin excederse en imágenes o en explicaciones profundas, utiliza descripciones en formato de cuento clásico, en donde un flequillo suspicaz o un mentón cuadrado definen el carácter del personaje (como en morfopsicología) y sus protagonistas se leen exactamente en la dimensión que se presentan:
Se llamaba Rosendo, tenía 14 años y una cara de imbécil indiscutible. Era obvio que había recibido la educación justa para triunfar… sabía a la perfección que lo que importaba era el timbre, el tono, la cadencia y la actitud, jamás el concepto. Y lo hacía muy bien. Álvaro estaba convencido de dos cosas: una, que en algún momento de su vida Rosendo dominaría una parcela del mundo; otra, que Rocío lo había invitado a comer para darle celos.
Cinismo, el relato que inicia el libro, narra una historia de amor de verano tan común que no tendría motivo de contarse si es que el autor no tuviera esa sombría cualidad ya desvelada en Rabia, para introducir en la aparente rivalidad de dos chicos un elemento tan oscuro que ataca al sentido común. Los hijos adolescentes de dos familias que veranean juntas se envuelven en un ciclo de amor-odio en el cual Bizzio incorpora un elemento que rompe con toda normalidad de golpe dejando al lector perturbado:
Tenían una hija llamada Rocío, de 12 años, con un defecto físico general, muy perturbador si uno está sobrio cuando la mira: es hermosa por partes y horrible en su conjunto… observarla es meterse de lleno en un vértigo aritmético, de doloras combinaciones. Sus ojos, por ejemplo. Un millón de mujeres (y de hombres) querrían tener ojos como los ojos de Rocío, pero ninguno los aceptaría si la condición fuera que vinieran acompañados por la nariz, que a la vez es perfecta (sola). Y así en todas direcciones hasta el final.
En Magia, el relato más breve del texto y de corte fantástico, dos chicos se encuentran en un puerto y advierten que ambos tienen un poder secreto que utilizan a su antojo: uno de ellos tiene la capacidad de leer el pensamiento y el otro puede hacer desaparecer cualquier objeto (incluidos personas). La rivalidad e inseguridad propia de niños de 12 años emerge y los enfrenta hasta la tragedia. El final abierto del relato deja un debate de corte similar a American Psycho de Easton Ellis, donde la pregunta es si todo en realidad sucedió.
Los niños se revisten de un aura siniestra, como si fueran más maduros y sabios de lo que dicta su edad—muy a lo Teddy de Salinger—; Bizzio entrega completamente el control de la narración a sus personajes y nos ilustra el mundo desde aquellos ojos:
Ronnie alzó la vista y vio a un chico de su misma edad (12 años). Un chico con cara de nada, regordete y de pelo lacio, con un flequillo que le cubría las cejas… A Ronnie le llamó la atención el modo de hablar del chico: un tono sereno, sin titubeos, con palabras anticuadas. Volvió a mirarlo. Era formal, era prolijo. Llevaba puesto un jean planchado con una raya filosa y una remera blanca con la cara del pato Donald. Tuvo la impresión de que era un pobre chico sometido a una madre obsesiva que le elegía la ropa más fea del mundo…
En lo Denso, una común y aburrida presentación formal de un novio durante un asado en Argentina se colapsa en el instante en que una imprevista e incómoda erección interrumpe el convivio. Bizzio no se ocupa de guardar apariencias morales, pero sus giros violentos y sexuales no son gratuitos; revisten e inquietan la “normalidad” y aportan una realidad incómoda pero auténtica.
El relato de Malcom —otro de los relatos “disonantes” de la línea narrativa— en apariencia juega con una cierta mezcla entre fábula y formato gore. Desde su inicio, Bizzio estira la realidad al juntar un inconsecuente trigésimo aniversario de bodas con un gato que entiende a la perfección a los humanos y planea un asesinato en su contra. Un pato cualquiera —nombrado como Malcom y protagonista del relato—, sufre vejaciones infrahumanas y lleva a cabo una venganza de años contra el grupo de gatos que lo atacan hasta llegar al grado de vivir una doble vida: la del esposo y padre intachable por fuera, y la del sádico torturador dentro de su sótano.
Que el autor a través de la personificación dote a los personajes animales de comicidad e inclusive ternura, no quita que el relato sea brutal y una alegoría a la inevitabilidad e intrascendencia de nuestros actos. Después de años de torturar a sus agresores, el pato vengador entiende que ha sido suficiente la venganza y que liberarlos o terminar con ellos es exactamente lo mismo:
Quizá si fuéramos capaces de entrar, las cosas volverían a tener la forma que alguna vez tuvieron, el río tendría de nuevo la forma de su curso, y serían menos cambiantes los espejos en los que tanto hemos cambiado. No podemos hacer nada. Entre un día y otro apenas si alcanzamos a mover un pie. Así, en la inutilidad más apabullante, nos extinguimos sin chistar.
En Un amor para toda la vida Bizzio cierra el libro con un triángulo amoroso de dos chicos quienes se enamoran perdidamente de Lisa, la típica adolescente que aparece en el nuevo ciclo escolar para romper con toda idea medianamente formada de lo que en su mundo representa el amor. Las conversaciones y los malos entendidos rememoran el doloroso rito que todos pasamos al enfrentarnos a nuestra propia “Lisa” (la diferente, la inalcanzable, la razón por la cual se asiste a la escuela); y reviven lo que conlleva el sufrir los silencios, las oportunidades desperdiciadas, los diferentes tiempos personales y los despechos a la edad de 13 años.
Solo en un mundo adolescente o en un estado frágil la perspectiva de una palabra —dicha o silenciada— o una acción natural se distorsiona en grados devastadores: ahí los monstruos existen, el amor es eterno y las traiciones son infranqueables. En medio de juegos infantiles y contestaciones paradójicas, se desarrollan juegos mentales en la confusión y la idealización incoherente que se entiende por amor:
Lalo quería que Lisa llegara virgen al matrimonio. Era una convicción, pero también prueba de su adoración por ella, aunque a Lisa le parecía una idiotez. Ella quería que Lalo fuera el primer hombre de su vida ahora. Él quería lo mismo, pero después.
Aun cuando a lo largo de Chicos Bizzio divague durante breves lapsos e insista constantemente en erecciones y humillaciones adolescentes, su narración es sincera e impecable, apegada al sentimiento y a una clara proximidad con el lector, pues es seguro que podremos olvidarnos de todo menos del nombre de aquel primer amor —ya fuera real o platónico— que nos introdujo a un nuevo mundo por igual maravilloso que desolador.
Como bien asentado novelista, Bizzio cumple la expectativa con este libro de relatos y demuestra un espectro capaz de moverse cómodamente entre distintos géneros, ampliando el rango creativo pero dejando siempre presente su estela de buen narrador. Chicos es un sólido libro cuya segunda lectura invita a rascar un poco en el recuerdo personal —y al parecer insuperable— del perdido primer amor y de paso ¿por qué no?, a reconocer ese ser oscuro, alienando y voraz que vive dentro de nosotros.
Chicos podrá fungir como bálsamo al recuerdo o como tortuoso viaje al pasado, todo dependerá del estado que guarde el lector al momento de navegar en sus páginas; esta lectura no es para nada inocente: la satisfacción de abrir la memoria con los relatos vino inmediatamente secundada por las iniciales de aquel amor perdido que vagara inconcluso en el recuerdo (sgp).
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