¿Metaficción hondureña?

Por Alejandro Espinosa Fuentes

 

  • Título: Tercera persona
  • Autor: Giovanni Rodríguez
  • Editorial: Uruk Editores
  • Lugar y Año: San José, 2017

 

Decía Gabriel Zaid en un jugoso ensayo sobre el nacionalismo que la población moderna, cosmopolita, políglota, universitaria, es trasnacional. Un latinoamericano doctorado se entiende más fácilmente con los doctorados de otros países que con la gente de su tierra. Los universitarios del planeta, dice Zaid, forman una tribu invisible, que oscila entre el desarraigo y la búsqueda de raíces, sin acabar de reconocerse como una etnia sui generis, metaétnica.

Y cada vez son más los escritores que pertenecen a esta tribu. Le escriben a una patria intelectual para interrogar el destierro, buscan nuevas estructuras que reflejen con fidelidad sus inquietudes latentes: la pérdida del origen y la inestabilidad de vivir en tierra ajena.

Ahora le ha llegado el turno a Centroamérica. Casos aislados ya había, pero existe una nueva oleada de escritores talentosísimos provenientes de Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, El Salvador y Honduras, con el costarricense Carlos Fonseca, “el alumno más brillante de Piglia en Princeton”, a la cabeza. Se trata de autores nacidos en los años ochenta, pertenecientes a la clase media, radicados en Estados Unidos o Europa, epígonos de Roberto Bolaño y del mapa literario que el chileno cartografió en  Entre paréntesis.

A esta generación pertenece Giovanni Rodríguez (San Luis Santa Bárbara, 1980), una suerte de Vila-Matas hondureño, cuya novela, Tercera persona, explora esa aventura de la metaficción que numerosos autores han intentado llevar hasta sus máximas consecuencias para desembarazarse de una buena vez del fervor referencial.

Tercera persona reúne una colección de síntomas con los que todo emigrante académico se puede sentir identificado. La prosa itinerante disfraza las ilusiones rotas, relaciones fallidas, malentendidos idiomáticos, farsas laborales, impertinencia, rituales eruditos, reflexiones en torno a la escritura y la desesperante noción de que, tras dejar el país de origen, ya no hay a dónde volver.

El continente europeo, para los jóvenes intelectuales latinoamericanos, es glamuroso porque promete el reencuentro con los ídolos. El obligado viaje a Blanes, Meca de los infrarrealistas; la búsqueda de los últimos salvajes, que ya deben estar más que hartos de que se les pregunte por la leyenda de Roberto Bolaño, todo eso aparece en este libro narrado con humor y autocrítica.

Pero el primer mundo también resulta hostil, infértil y, en ocasiones, aburrido para el escritor acostumbrado al caos. En este peregrinaje los autores desplazados dan con una clave que representa lo mejor de su narrativa. Valeria Luiselli lo expresa de manera brillante en Los ingrávidos: “Me estoy afantasmando”.

Uno se «afantasma» cuando ya no es de ninguna parte. La degradación de la identidad arroja los pensamientos al delirio, se duda hasta la inoperancia. ¿Qué hago tan lejos de casa? ¿Por qué me dedico a la escritura? ¿Por qué practico una vocación que claramente no tiene futuro? Sus padres se los repitieron hasta el cansancio y constatar, entre los veinte y los cuarenta años, que, en efecto, tenían razón, que la senda literaria garantiza una vida de mierda (algo que dijo Bolaño hasta el cansancio), aun así los deja en shock.

La novela de Giovanni Rodríguez retrata estos padecimientos y podría correr el riesgo de resultar una suma de tópicos vila-matianos (la desaparición, la impostura, el intertexto medicinal), tal vez cansinos para el que los reconoce e insignificantes para el que los ignora. Lo que distingue a Rodríguez es la gracia y la calidad patente de su escritura. Las primeras cincuenta páginas de Tercera persona bosquejan un cuadro del hastío moderno que obliga al lector a darse unos segundos para aplaudir la audacia de la prosa.

La escritura es la salvación, se dicen estos autores sin dejar de ser conscientes de que, en verdad, representa todo lo contrario. Giovanni Rodríguez persigue a su verdadero yo en las sutiles capas de ficción en las que lo envuelve el lenguaje. Pese a que, según Conrad, “las palabras sean las grandes enemigas de la realidad”, el narrador de Tercera persona predica junto con Efraín huerta: “No puedo parar de escribir,/ porque si me detengo,/ me alcanzo”.

Los resultados de estos modelos narrativos aún están muy frescos para comprender su trascendencia en el panorama cultural. Me intriga, eso sí, cómo serán los próximos libros de estos narradores, cuya obra temprana consistió en desentrañar exhaustivamente los mecanismos de la escritura (obras que los autores del siglo pasado dejaban para el final).  ¿Será éste el fin de su producción? Calza como un guante la idea de Junot Díaz que desvela la trama oculta de Tercera persona: “Cuando te pones a pensar en el principio es porque has llegado al final”.

Quizá los autores de esta generación que prosperen se convertirán pronto en escritores realistas de un catálogo editorial rimbombante y se dedicarán de lleno a la novela histórica y social. Espero que alguno, en especial Giovanni Rodríguez, no ceda a la tentación de abandonar sus tempranos experimentos, un poco menos como su compatriota Horacio Castellanos Moya y más como César Aira. Por ahora, la metaficción hondureña está irremediablemente ligada al nombre de Giovanni Rodríguez.

 

Bio Alejandro Espinosa