Un buen libro para entrarle a Julian Barnes

Por Alejandro Espinosa Fuentes

  • Título: El ruido del tiempo
  • Autor: Julian Barnes
  • Editorial: Anagrama
  • Lugar y Año: Barcelona, 2016

 

Las novelas que retratan la vida de los artistas bajo un régimen totalitario prefieren tener de protagonista a un mártir. El heroísmo creativo enfrentado a la opresión oficial es un tema fructífero para la industria editorial y cinematográfica. Este no es el caso de El ruido del tiempo, la más reciente novela del escritor británico Julian Barnes (Leicester, 1946), la cual bosqueja la complicidad de uno de los más grandes compositores del siglo XX con el estalinismo.

Dimitri Shostakóvich tuvo la mala suerte de vivir en un régimen en el que sólo había dos clases de compositores: «los que estaban vivos y asustados y los que estaban muertos». Su destino pudo ser el mismo que el de Isaac Babel, Ósip Mandelshtam o Boris Pilniak, escritores exterminados por órdenes de Stalin, pero Shostakóvich optó por la supervivencia, que en su caso implicó atenerse a la censura, colaborar con los poderosos, denunciar a sus colegas y sobrellevar la culpa.

El ruido del tiempo, sin ser del todo una novela biográfica, representa por medio de fragmentos de prosa introspectiva la degradación de un espíritu mutilado. A los nueve años, Shostakóvich se sentó frente a las teclas de un piano y sólo entonces el mundo se volvió comprensible para él. Su tranquilidad se vería interrumpida un 26 de enero de 1936, día en que Stalin asistió a la representación de su Lady Macbeth de Mtsensk en el Bolshói de Moscú y condenó sus creaciones con una editorial aparecida en el Pravda.

A raíz de este incidente y hasta el final de sus días, el músico padeció amenazas e intimidaciones de parte del Estado. El retrato del protagonista no se limita a describir su faceta musical, también lo detalla desde la intimidad de un amante perturbado por el rechazo materno a todas sus parejas, de un esposo engañado y confundido y de un padre amoroso que no se atreve a castigar a sus hijos. ¿Para qué anticiparse si «el país entero era una celda de castigo»?

La escenografía soviética aparece como una orquesta de contradicciones, líneas jerárquicas descoyuntadas en las que cualquier funcionario puede ser fácilmente reemplazado por otro igual de cruel. Por su parte, Occidente tampoco significa la salvación, pues promete una libertad desdibujada que desmoraliza aún más al compositor. Reacio a las ilusiones, Shostakóvich descree del exilio y repudia a todo aquel que intenta convencerlo de escapar.

Al cuestionar la premisa leninista «el arte es del pueblo», Barnes reflexiona en torno a la creación sometida a lineamientos gubernamentales. Y sus argumentos  siguen vigentes en la actualidad. Si la creatividad es evaluada por burócratas, ¿cómo es posible producir un arte autónomo, original y rebelde? y ¿quién forja a los forjadores?

Shostakóvich encontró la respuesta en la ironía, pues la suya, más que la de un genio reprimido, es una historia de rebeldía sutil. De modo que el genio se atrincheró en una frontera humorística, imperceptible para sus censores. En contraposición al optimismo del proyecto soviético, disfrazó su pesimismo en notas que sólo un oído tan educado como el suyo podía interpretar.

Fiel a la atmósfera de la narrativa rusa, mediante situaciones que parecen sacadas de un cuento de Chéjov, y sin olvidar el permanente diálogo que ha establecido con la obra de Shakespeare, Barnes transcribe la asfixia del arte amordazado por la autoridad.

El contraste entre la algarabía de las dictaduras y el silencio de quienes las padecieron produce la metáfora que da título a esta novela: «El arte es el susurro de la historia que se oye por encima del ruido del tiempo». Pero incluso la ironía tiene sus límites: «Por ejemplo, no podías ser un torturador irónico; o una víctima irónica de la tortura».

La estructura narrativa de El ruido del tiempo persigue ese instante en el que el artista toma una decisión irreversible y se confunde con el dúctil disfraz que durante tanto tiempo consideró una armadura. Se trata de una frontera tan significativa para el que la cruza, que ni siquiera el fin de la vida le propone una vía de escape, pues la memoria del mundo jamás olvidará la corrupción de su legado.

Éste es el segundo libro que publica Barnes tras el fallecimiento de su esposa, la agente literaria Pat Kavanagh. En el anterior, Niveles de vida, abordó esta pérdida y confesó haber contemplado la idea del suicidio en numerosas ocasiones. Es una suerte para los lectores que uno de los mejores narradores en lengua inglesa continúe escribiendo con la misma osadía, tan irónica e inclasificable.

Bio Alejandro Espinosa