Principio de extinción

Por Julieta Granada

  • Título: Rendición
  • Autor: Ray Loriga
  • Editorial: Alfaguara
  • Lugar y Año: Madrid, 2017 (Premio Alfaguara)

 

Ray Loriga es un autor que suscita opiniones discordantes. Hay quien aplaude su obra y lo acompaña, identificado con la llamada Generación X, desde la publicación de sus primeros escritos. Hay quien desdeña su onírico realismo sucio y reniega del encumbramiento que le ha dado la crítica.

En 2017 su novela Rendición ganó el premio Alfaguara y el galardón lo concilió con un sector del canon del que antes estaba distanciado. El jurado, presidido por Elena Poniatowska, premió “una historia kafkiana y orwelliana sobre la autoridad y la manipulación colectiva”. Muchos se sorprendieron cuando una escritora consolidada tan diferente a Loriga encumbraba con su crítica una novela de ciencia ficción.

La novela de Loriga se distingue sin mayor escrutinio de las obras premiadas por Alfaguara en los años anteriores. Junto con El viajero del siglo de Andrés Neuman (en mi opinión la mejor novela que ha merecido este premio) destaca por una perspectiva fresca, una estructura sencilla y una prosa ajena a adornos y florituras.

En ocasiones, la prosa de Loriga, de tan sencilla, peca de malhecha. Las ambigüedades, los lugares comunes, la vaguedad descriptiva aflige a un libro que pudo ser grandioso pero es, a secas, bueno. Cabe mencionar que, al tratarse de una narración en primera persona contada por un hombre poco estudiado, esta impericia le da verosimilitud a la voz que construye el relato. No obstante, por el mismo hecho de tratarse de un hombre de campo, la novela desaprovecha la oportunidad de apropiarse de locuciones bucólicas, narrativa oral y leyendas que sólo se producen en una vida armonizada con la tierra y el cultivo.

El acierto de esta novela no radica en el nombramiento de las cosas, ni en las cosas en sí, sino en la premisa. ¿Y cuál es la premisa de Rendición? El final de una era, la resignación al cambio, la idea de que “uno tiene que saber cuando su tiempo ya ha pasado” y “aprender a admirar otras victorias”.

En un mundo desolado por una guerra ambigua, la derrota es una cuestión de principios. Rendición arranca cuando llega el momento de evacuar la Comarca donde vive el protagonista con su esposa para trasladarse a la Ciudad de Cristal. La condena de la trama recuerda a las propuestas distópicas de Margaret Atwood, en particular al popular Cuento de la Criada, ahora convertido en serie de HBO, y a algunas novelas juveniles como la saga de Divergente.

La aparición de un niño incógnito y mudo al que el matrimonio adopta, cambia las prioridades del protagonista al establecer un diálogo tácito con este ente fantasmal, que recuerda al Odradek de Kafka. Ray Loriga inventa un mundo perfecto en la Ciudad de Cristal, una ilusión de excelencia que casi siempre encubre la noción de un infierno. En la Ciudad de Cristal no hay olores, todo es transparente, todo está a la vista de todos menos las fases negativas del temperamento humano, que son reprimidas mediante drogas disimuladas en el agua. O al menos eso cree el protagonista. La paranoia y el sentimiento de impertinencia torturan la mente del narrador quien no parece dispuesto a dejar atrás su pasado.

La rendición de esta novela consiste en un principio de extinción, en aceptar que uno está anclado a un mundo viejo e inexistente que ya no tiene cabida, ni siquiera a la hora de nombrarlo, en el mundo actual. La rendición es aceptar nuestra propia caducidad y suprimirnos de la ecuación universal en aras de un mundo innovador, mucho más positivo y grato para la colectividad.

No me extrañaría que este libro se convierta pronto en otra serie de Netflix o HBO. Ray Loriga ha colaborado en proyectos cinematográficos desde hace 20 años, como guionista, junto con Pedro Almodóvar, y como director en Teresa, el cuerpo de Cristo. Pronostico que será una serie exitosa y comentada, aunque no estoy del todo convencida de que esa deba ser la finalidad de la literatura. Acaso se trate de una rendición personal que tenemos que aceptar de una vez los escritores de narrativa, aceptar el mundo nuevo y darnos cuenta de que las grandes obras ya no son nuevas formas de nombrar la realidad, sino tan sólo grandes premisas que pelearán para masificarse en las plataformas audiovisuales.